¿Remedio peor que la
enfermedad?
Venezuela es un país rentista. De hecho, incluso con el
control cambiario, que busca restringir la fuga de divisas en el país en aras
de fomentar la economía interna, los empresarios, comerciantes y demás usuarios
no han adaptado la producción nacional como bandera económica. Si bien es
cierto que cada día es menor la proliferación de comercios privados en el país,
fruto del férreo control que ejecuta el gobierno en el aparato productivo, el
empresariado y el gobierno venezolano, por el mismo axioma del modelo rentista,
utilizó la divisa que devenía del petróleo para importar casi todos los rubros
que se consumen en la nación.
Existen empresas que hacen productos venezolanos, pero la
maquinaria, el aparato tecnológico o la materia prima, generalmente no es
producida en Venezuela.
Si no podemos competir en materia de exportación con los
principales capitales del mundo. ¿Cómo vamos a permitirnos no tener control
cambiario? Si nuestra divisa no se sostiene en sí misma, porque no puede
ofrecerle competencia a los grandes mercados, ¿cómo se sostendría una economía
que no genera nada con una que lo genera todo?
A someras consecuencias, liberar el control de cambio
solo generaría un problema mucho peor. Basta con escuchar las escuetas razones
que tienen la mayoría de las personas que defienden esta medida: “Queremos
traer de afuera lo que nos da la gana”; “No nos dan divisas para importar
rubros”, etcétera.
En realidad, no es viable ni sostenible tener una
economía de libre comercio con otros países, al menos no hasta que seamos un
país productor, un país con una economía interna verdaderamente fuerte.
Las incongruencias del que
vigila
Si para muchos la solución al problema productivo de la
nación fue el nacimiento de un control cambiario, a sobras entendido como
experiencia fallida en numerosos países, ¿por qué hemos de replicar esta
táctica poco útil a la hora de abordar una deficiencia económica?
Generar un cercenamiento a la libertad, no solo limita la
creatividad de un emprendedor, sino que también acarrea que, por una
innumerable variedad de razones, el acceso a las divisas en dólares (moneda que
además rige al mundo) solo esté al alcance de un grupúsculo de personas, cuyos
intereses pueden no estar relacionados con la necesidad de producir en el país.
La utilización de esta medida económica creó en el país
un mercado fantasioso e irregular. Un mercado negro y paralelo que solo
proscribe el tráfico de dólares y de divisas y que hace lo mismo que la
implantación de esta medida buscaba: la fuga de capital.
El mercado paralelo no solo es una de las tantas
alternativas que surgen del control de cualquier cosa, sino que también desvirtúa
la economía interna de un país. Habría que, más que implantar un control
cambiario, generar un mercado estatal que intente competir con los capitales
extranjeros; que el Estado desarrolle una campaña de mercadotecnia que
incentive el consumo nacional y no el extranjero.
Es menester que el gobierno reflexione al respecto de la
educación económica, ya sea enseñando a los niños a valorar lo que se produzca
internamente, ya sea generado símbolos que identifique al venezolano consigo
mismo.
Vigilar algo, generalmente es castigarlo, prohibirlo. Y
si nos remitimos a la cultura filosófica popular: lo prohibido siempre es
deseado.
Miguel Gamboa Rodríguez
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